Ciudades suspendidas al borde del Sahara, trenes de alta velocidad que patinan en los glaciares, torres que se yerguen en atmósferas de jungla, volcanes dorados que vierten su lava en bahías de aceite, avenidas cuyo asfalto parpadea, militares que esperan tras los láser de un club nocturno, chiquillas que se hacen tatuajes en las encías con agujas, amigos de Mali, de Japón y de Indonesia, situaciones vertiginosas, una vida de viajes concebida como un aprendizaje de la libertad en un mundo exterior donde los turistas juzgan y juzgan, donde nuestra cultura choca frontalmente con todo. Porque después de nuestras propias emociones queremos las de los demás. Producimos artistas en la otra parte del mundo cuando no los inventamos, esperando poder gozar con su pensamiento. ¿Y después? Habrá que ser el otro. Lo conseguiremos. Esta es la lógica del viaje concluido, esta es la modernidad, este es el siglo que se avecina.