La gran mayoría de autores aquí seleccionados convivieron, no siempre en buena avenencia, en el llamado Barrio de las Letras, también llamado de los literatos y de las musas (sic), situado en la zona de Huertas, una de las más castizas de Madrid. No resulta difícil imaginar a Quevedo componiendo sátiras contra Góngora en una taberna mientras Diego de Velázquez observa, sentado en un banco de Antón Martín, el cielo matritense color azul porcelana y la luz de prisma que luego el genio llevaría a su pintura. Ni a Lope, encerrado en su casa de la calle Cervantes, en su alcoba con una bella muchacha o en su estudio, acabando una nueva comedia, entretanto el propio Cervantes, asomado a una ventana de la vivienda que ocuparía en la esquina de la calle León, realizaría una pausa de cinco minutos en su larga travesía quijotesca, y repararía en un Góngora enjuto que dibuja en su mente un hipérbaton imposible tras una penosa partida de cartas camino de su casa de la calle Quevedo, lugar del que lo echaría el propio Quevedo tiempo después, provocando la anécdota inmobiliaria más universal de la historia de las letras. Si este barrio estuviera en Londres, París o Berlín, sería uno de los espacios culturales al aire libre más importantes del mundo.