Con Donde dejé mi alma, Jérôme Ferrari (Premio Goncourt 2012) tiene la valentía de construir una novela en un contexto que durante mucho tiempo ha sido un tabú en la historia de Francia: la guerra de Argelia, donde la institucionalización de la tortura o de las ejecuciones sumarias fue un hecho. Lejos de ser una ficción meramente histórica Jérôme Ferrari lanza una luz despiadada sobre la maldición que condena a los hombres a ver cómo se hunden los mundos que construyen, implicándolos directamente en su fracaso.
El punto de partida es la relación entre dos hombres de culturas distintas, el capitán Degorce y el jefe del ejército rebelde, Tarik Hadj Nacer, «Tahar». Degorce es un personaje complejo y contradictorio. A través del horror, llega a descubrirse tal y como es, y sufre por esa «verdad» deslumbradora. Por otro lado, el teniente Andreani no comprende la admiración de su capitán hacia quien, para él, no es más que un simple terrorista.
Inmersos en un ambiente cuartelario, lejos de sus hogares, los personajes aceptan la violencia cuando para ellos se convierte en una necesidad.