Entrevista a Juan Gracia Armendáriz por Roberto Herrero

Entrevista a Juan Gracia Armendáriz para EL DIARIO VASCO

– ¿Qué se va a encontrar el lector en cada una de estas dos obras?

El esotérico título de la novela, La Línea Plimsoll, merece una explicación: es una marca que indica el máximo nivel de carga que puede soportar una embarcación. Los psicólogos del ejército norteamericano tomaron prestado ese concepto para medir en los test de personalidad el grado a partir del cual un individuo no puede ser sometido a emociones violentas. Todos nosotros, por lo tanto, tenemos nuestra propia línea Plimsoll, como los barcos. El personaje de la novela vive por debajo de su línea de flotación y quise indagar, literariamente, en la travesía interior del personaje, pero no desvelaré si llega a puerto o naufraga definitivamente… En cuanto a Cuentos de Jíbaro es un libro de microrrelatos que escribí durante un año para la editorial Demipage, que los difundió a través de correo electrónico cada semana, creando una comunidad de lectores invisibles. Ahora han sido reunidos en forma de libro. Es un libro que ofrece dosis homeopáticas de literatura. El género del microrrelato vive un buen momento, y creo, modestamente, que el placer que me produjo de escribir Cuentos del Jíbaro no defraudará al lector.      

– ¿Cuáles son las coincidencias y diferencias entre las dos?

Creo que hay muy pocas coincidencias. El tono, los recursos y el lenguaje empleado dan como resultado textos que parecen escritos por dos personas distintas. La novela exige que el escritor ponga en juego todas sus capacidades durante un largo periodo de tiempo. El relato brevísimo es un género que admite  igualmente lo enfático y la gamberrada literaria. Con uno y otro he abarcado los dos géneros que más me interesan como escritor: el relato relámpago y la novela, que es el género más completo y complejo.

– Se dio a conocer como poeta. ¿Le benefició o le perjudicó en la poesía al iniciarse en la narrativa?

Sin duda, fue un beneficio. La poesía es la alquimia del lenguaje literario, y el trato que tiene un poeta con el lenguaje es de extremo respeto, pero el salto a la narrativa exige del escritor una dosis de insensatez que es preciso adquirir para no caer en manierismos ni afectaciones que sólo consiguen  sofrenar el impulso narrativo. Quizá, por ello, pasé de la poesía a la narración poco a poco, tratando de adquirir la capacidad narrativa sin renunciar a las intuiciones poéticas.

– En el prólogo de Cuentos del Jíbaro se dice que usted sintió que progresaba como escritor cuando se dedicó al oficio de periodista. ¿El tiempo en el que fue reportero de sucesos es en este caso decisivo?

En aquella época yo era un poeta que escribía una poesía muy hermética, leía a Rilke, Eliot y Paul Celan y apostaba por la poética del silencio; imagine usted mi esquizofrenia: con una mano escribía versos muy exquisitos y con la otra relataba la matanza de Puerto Urraco o el exorcismo de Almansa. El resultado de aquella dislocación fue Noticias de la frontera, mi primer libro de cuentos, y el abandono de la poesía, que para mi se ha convertido en una especie de lenguaje sagrado.

– Escribió una tesis doctoral sobre Francisco Umbral. ¿Qué le sedujo del autor de “Mortal y rosa” y cómo fue su relación con él?

Nombrar a Francisco Umbral en el año 1992 en un departamento universitario provocaba que, al punto, empezara a oler a azufre. Se habían escrito tesis doctorales sobre la obra periodística de Antonio Gala o de Manuel Vicent, pero los prejuicios académicos habían arrumbado a Umbral a su rincón de maldito, con una obra periodística ingente y virgen de estudios. Umbral me deslumbró con Mortal y rosa, novela de lectura obligada para cualquier amante de la literatura. Mi relación con él fue correcta, me atendió varias veces en su “dacha”, me convidó a güisqui, y me hice amigo de su gata Loewe. Resultó ser un tipo respetuoso y tímido hasta lo patológico, aunque, eso sí, por las noches arrojaba a su piscina alguna que otra novela que yo encontraba al día siguiente flotando entre el verdín, como un ahogado. Años después le llovieron todos los reconocimientos literarios y aquél  departamento universitario que tanto le aborrecía promovió su nombramiento como Doctor Honoris Causa.    

– Es usted profesor titular de la Universidad Complutense de Madrid. ¿Cómo incide ese trabajo en su escritura?

No influye en mi escritura, pero sí me obliga a reflexionar sobre el quehacer literario. Tengo la suerte de impartir una asignatura que conjuga la historia, la teoría literaria y el taller de escritura, de modo que es un pequeño laboratorio de formación de lectores. Por otra parte, tengo el convencimiento de que la literatura se me presenta cada vez con mayor nivel de exigencia, de modo que, quizá, algún día sea escritor a tiempo completo.

– Su obra La Línea Plimsoll ha ganado el Premio Tiflos convocado por la ONCE. ¿Qué importancia le da a los premios literarios y a las leyendas sobre que la mayoría están amañados?  

Sólo ejerzo de caza recompensas cuando no queda más remedio. Casi todos mis libros han sido editados gracias a un premio literario, pero si yo hubiera tenido el apoyo de un editor, como ahora tengo, me hubiera ahorrado mucho en participaciones de lotería. La mercadotecnia ha desprestigiado premios de mucha valía, y aunque son excepciones cualquier persona avezada en estas cuestiones sabe cuáles son. El premio Tiflos que otorgan  la ONCE y la editorial Castalia es de una honradez ejemplar. No veo a Luís Mateo Díez, Mauel Longares o Soledad Puértolas, miembros del jurado, conspirando para darme el premio a mí.   

– Vivió usted durante varios años en México. ¿Qué huellas hay de aquella experiencia en su literatura?

México es un país tan hermoso como adictivo para un español. Regresé hace dos años y pasé unas semanas en un paraíso del Pacífico, tumbado bajo una techumbre de hojas de palma, rodeado de amigos y pelícanos. Fíjese que México es un nombre que tiene una equis en medio, como una incógnita; mi primera estancia allí fue fundamental en mi formación literaria y sentimental. En todos mis libros hay un ligero olor a salsa de tabasco.
 
– Escribe una columna semanal en el Diario de Navarra. ¿Está de acuerdo con que la “columnitis” es una de las enfermedades del periodismo español?

Ignoraba que existiera esa enfermedad, pero estoy de acuerdo en que hay un exceso de opinión hecha desde la trinchera de los prejuicios. ¿Cómo es posible que ningún medio de comunicación se ponga de acuerdo en el número de personas que acuden a una manifestación?  Eso no es materia opinable, pero parece que hemos renunciado a conocer el dato objetivo. Creo que los periodistas deberíamos recuperar los manuales universitarios y tratar de responder a los hechos: qué, quién, cómo, cuándo y porqué. Por otra parte, el Diario de Navarra me ofrece la oportunidad de escribir con total libertad un artículo político a una columna literaria, y eso es una gran suerte, porque soy de esas personas que a veces se levantan de la cama sin ninguna opinión.

Roberto Herrero

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