Antonio San José entrevistó a Juan Gracia en CNN+ el jueves pasado y pocas veces he visto a un enfermo crónico como él, sometido a diálisis tres días a la semana, lunes, miércoles y viernes, en sesiones de cuatro horas, manifestarse con mayor inteligencia y entereza.
Una patología como la suya tiene entre otros efectos el de que cualquier litro de líquido que se ingiera no se elimina a través de la orina. Dos litros de agua que se beban se convierten en dos kilos de más.
Estos enfermos que tienen muy racionada el agua tratan de aplacar la sed chupando o mascando cubitos de hielo. Juan Gracia añadía que él también procura librarse de los líquidos a través de sudar al máximo en el gimnasio. Lleva implantado un riñón desde hace más de 20 años pero ahora ha dejado de funcionar adecuadamente. Ser citado para recibir un trasplante, una llamada que puede producirse en cualquier momento, no es garantía de que se le realizará la operación. Se citan a dos o más personas y depende de las características de cada enfermo y del órgano donado para aprobar la entrada en el quirófano. En dos ocasiones ha acudido y no ha sido seleccionado.
Hablaba de todo ello con un equilibrio que, como sucede siempre con las desdichas, multiplica tanto el asombro como la empatía del receptor. Yo, el receptor, contemplaba admirado a Juan Gracia, escritor y lector apasionado. Un tipo de buen talante que había asumido dignamente sus graves condiciones físicas. Decía además que en el ambiente hospitalario tan asiduo para él, entre los enfermos y el equipo de médicos se había creado una estrecha relación que si tenía al mal por causa le había llevado a una paradójica sensación de bienestar durante las horas de la diálisis,
Pero destacaba que tanto él como otros enfermos hospitalizados experimentaban el choque, en apenas unos metros, entre la atmósfera interior y grave de la clínica y el exterior de estruendo y banalidad de los actos. Recomendaba entonces a cualquiera la experiencia de 15 día en un hospital. Sólo para sentir el valor de la vida ordinaria. Por ejemplo, ahora que en la televisión aparecen con mayor frecuencia los bañistas entrando en el mar, Juan Gracia decía no poder hacer lo mismo. Un catéter instalado en el pecho le impide mojarse. Su frustración ahora es además esta limitación que gentes de Gandía o de Torrevieja gozan sin percibir su valor. Porque lo mismo que el oxígeno no existe cuando se respira normalmente, el agua es una circunstancia obvia cuando ante la playa se extiende infinitamente. La enfermedad es invalidante a veces y, también, cuando atenaza, puede hacernos incluso invidentes. Por sus resquicios, sin embargo, se descubre, a retazos de oro la valiosísima luz del mundo.
Vicente Verdú.
Publicado en El Boomerang el 07/7/2010.
Puedes comprar el Diario del hombre pálido, de Juan Gracia Armendáriz, en nuestra tienda on line.