Armand Gatti en El Cultural de El Mundo, por Alberto Ojeda

Foto: Armand Gatti, David Villanueva y Natalie Seseña en la presentación de la Antología, el pasado 3 de diciembre.

Armand Gatti «Toda mi poesía nace del campo de concentración»

El dramaturgo galo presenta hoy en el Instituto Francés de Madrid una antología de sus poemas

Estos días anda por Madrid un anciano de 85 años enfundado en un tres cuartos de cuero negro que perteneció a Buenaventura Durruti. Cuenta que se lo regaló Cipriano Mera. Éste le aseguró que lo había olvidado el mítico anarquista en París cuando tuvo que salir corriendo hacia España porque había estallado la Guerra Civil. El hombre en cuestión es Armand Gatti, al que se puede calificar, sobre todo, como dramaturgo (ganó el Premio Nacional de Teatro en Francia en 1988). Pero también como poeta, periodista y director de cine. En su biografía converge un vértigo de acontecimientos imposible de acotar por escrito: la lucha clandestina contra los nazis en el maquis francés, la deportación a un campo de concentración en Hamburgo, la épica huida de él, sus relaciones más o menos amistosas con Castro, el Che, Mao Zedong… La editorial Demipage acaba de publicar en nuestro país una antología de su obra poética, una excusa perfecta para hacer repaso de su asendereada existencia.

Pregunta.- Dicen que usted es el poeta que mejor ha respondido la pregunta que se planteó Adorno: ¿Es posible la poesía después de Auschwitz?
Respuesta.- La poesía ante una catástrofe como la del Holocausto puede parecer algo irrisorio. Pero todo depende de lo que se entienda por poesía. Para Adorno es un debate de salón y para mí, un combate. Todas las palabras que he escrito se las debo a los compañeros muertos en el campo de concentración. Mi poesía nace de ahí.

P.- Algunos lo llaman irónicamente el milagro francés: Francia, 1940, 40 millones de colaboracionistas. Francia, 1944 (tras el Desembarco de Normandía), 40 millones de resistentes. Demasiados disfraces, ¿no?
R.- Yo fui uno de los primeros maquis que se rebelaron contra los alemanes en el Macizo Central. Entonces estaba acompañado de tan sólo 3 hijos de ferroviarios que se habían negado a trabajar en Alemania. Tras la liberación, en los registros figura que en aquella zona operaban 50.000 resistentes. La realidad, pues, había sido adulterada.

P.- El Che es hoy una leyenda. Usted tuvo la oportunidad de conocer al hombre. ¿Quién era?
R.- Lo han convertido en un producto de consumo. En Dallas subastaron mechones del cabello que le cortaron tras matarle en Bolivia. Poco tiene que ver esto con realidad. Yo conocí a un argentino con la idea de cambiar el mundo, como cualquier persona sensible, pero consciente de que no tenía ninguna oportunidad de conseguirlo.

P.- ¿Y Castro?
R.- Alguien vilipendiado injustamente. Al terminar la Revolución su nuevo gobierno me encargó que rodara en Cuba una película. Algunos de sus asesores que se pasaron por el rodaje llegaron a decirle que no financiara mi película, El otro Cristóbal, porque la consideraban demasiado surrealista. Él les despachó diciéndoles: «Pero si yo adoro el surrealismo».

P.- Dejó el periodismo cuando gozaba de una gran popularidad en este oficio. ¿Por qué?
R.- En los diez años que ejercí el periodismo me sentía como un actor que quiere hacer dramas pero sólo le ofrecen comedias. Por el día me ganaba la vida escribiendo reportajes y entrevistas, pero por la noche escribía poesía y teatro.

P.- André Malraux, hombre que se significó como defensor de la República española, le prohibió en la Francia democrática del 68 su obra La pasión del general Franco. ¿Cómo fue aquello?
R.- El embajador español se quejó ante nuestro gobierno porque según le habían informado yo le faltaba el respeto a la mujer de Franco, a la que en mi obra la llamaba La collares. Es curioso, pero no se quejaban de que denunciara las masacres del dictador sino de detalles menores. De Gaulle, que por entonces empezaba a tener intereses comunes con el régimen de Franco, pidió a Malraux, entonces ministro de Cultura, que parara los pies a «ese tocapelotas». Y éste se limitó a cumplir la orden que le venía desde arriba. A pesar de este episodio en el que nos enemistamos, tengo en común con él que siempre hablamos de la Guerra Civil española como de una esperanza.

P.- Y Sarkozy… ¿qué sentimientos le inspira?
R.- Pues la verdad es que no le conozco personalmente, ni tengo ninguna intención de hacerlo en el futuro.

Alberto Ojeda

El Cultural, 03/12/2009

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